Asunción
Scarlett Lugo, M. A.
En el discurrir de los días, los humanos, creación perfecta y compleja
tienen la obligación de cursar el desarrollo de su ciclo vital. No nace para
quedarse en su estado natural primigenio, nace para crecer y desarrollarse según
su sexo, y según las asunciones biológicas, psicológicas y sociales las cuales
primero le son inculcadas y luego, va descartando o afianzando, de acuerdo a lo
que vive.
La convicción de ser, es una de las arduas tareas a las que en
determinado momento somete a escrutinio, por cuanto, se ve, se cree y se asume
de una forma, reconoce su naturaleza, más, se envuelve en un dilema cuando su
creencia, su visión de sí y la asunción de su yo entra en disputa con algún criterio
que le puede hacer cavilar, aun a sabiendas de que su natura está determinada. Un
deseo, una necesidad de sentir y experimentar son momentáneas, la longevidad de
estos es cuestionada. Sin embargo, se impone la voluntad. El humano goza de una
capacidad única e irrepetible de hacer las elecciones que entiende ideales para
sí. Empero, que las mismas le sean determinantes en ambos polos, para lo que es
el lugar donde se encuentre, su entorno primario y demás, entonces dependerá justo
de las variables que en la actualidad son vitales. Cultura, tiempo, geografía,
edad, sistema familiar, sistema de gobierno, entre otros, siendo los primeros
muy importantes.
Existen grandes dilemas en lo que hoy catalogamos como mundo. Los hay
diversos y además de estos, están los muy internos. Necesitar hacer una elección
entre dos posturas que regalan un resultado que se ajuste con los deseos
internos y que sacie esa necesidad momentánea, en la búsqueda de llenar vacios
existenciales, y que esta elección sea cuestionada por terceros nunca va a
dejar de ser. Ahora bien, que esa necesidad quiera permear, a nuevas
generaciones de una forma que se considere como buena y valida estando en
contra de los valores que se enarbolan cuya
existencia nunca dejará de ser por ser axiomas, es un tren que se debe parar. Todo
esto sin dejar de lado el criterio del que muchos llaman una fuerza, pero que
tiene nombre propio: Dios.
Que el humano que se vea, se crea, y se asuma de una forma haga lo que
plazca para sí, para su entorno muy interno, sin necesidad de explayarse
afectando a quien lo considera como un paradigma, es loable. Así, las cosas que
según la idiosincrasia de los pueblos se hace sin mucho público, pueden ser
igual de disfrutada y sin sentimientos de culpa. Más, cuando se publica una
conducta que, según la misma idiosincrasia de los pueblos, es señalada,
cuestionada, y contraria a lo considerado como norma, la afección que se recibe
es una consecuencia provocada para la que hay que estar preparado y tener la
mejor de las respuestas. Se impone el dilema de la individualidad vs la
colectividad. Esta última, por razones atendibles, casi siempre elevara su
bandera.
¡Fluya, es importante! Es recomendable que sea, créase, y asúmase, sin
necesidad de que eso vicie (por llamarlo de algún modo) lo que se ha
determinado universalmente como la correcta manera de vivir. Que su elección no
determine la elección de otro, porque su suerte, quizás “todo color de rosa”,
no necesariamente será o tan si quiera se parecerá, a la de quien le pueda ver.
Sus descendientes deben recordarle como un ser digno de ser amado y respetado por ser una figura importante para ellos, sin que su legado elegido sea necesariamente, un patrón a repetir.
Las ideas viajan lejos cuando salen de la mente pródiga.
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